26 abril 2007

La pregunta

Un repaso furtivo al tiempo de mi permanencia en esa ciudad arrojaba tras de sí muy pocas cosas, apenas ninguna: un libro escrito en el que no creía y una serie de fotografías que murieron en el mismo instante que apreté el disparador de la cámara.

No, no era excesivo bagaje, ni tampoco positivo. No existía ningún motivo para sentirse feliz, realizado o cualquier otro adjetivo que me calificara de forma halagüeña. Quizá lo más cercano al estado emocional en que me encontraba era la desesperación. Una desesperación que iba comiéndome por dentro, cada vez con bocados más grandes. Una desesperación de la cual uno no espera poder despegarse ya. La única esperanza se reducía a abrir los ojos y comprobar que todo era nada más que una molesta pesadilla; pero mis ojos se encontraban lo suficientemente abiertos como para que esta esperanza pudiera existir.

Pensé que ya no me quedaba nada más por hacer en esa ciudad blanca, extendiendo esto a cualquier otro sitio, porque todos los lugares terminan por ser el mismo, siempre.

Entre preguntas y preguntas dirigidas a mi mismo, trataba de evitar la verdadera pregunta, esa que consistía en si quería seguir viviendo; pero resultaba tan difícil lanzármela a bocajarro, y mucho más responderla sinceramente, sin nostalgias y sin falsos patetismos. Imaginé la pregunta: “¿Javier, quieres seguir viviendo?”. No me sonó verdadera, algo en su estructura fallaba. Ese tipo de cuestiones no se preguntan de esa forma. Tal vez fuera el nombre lo que me confundía. Ensayé nuevamente suprimiendo mi nombre. “¿Quieres seguir viviendo?, me resultaba mucho más apropiada; pero, también, más impersonal. Tampoco terminaba de convencerme. Era consciente que era una pregunta demasiado trascendental como para tomármela a la ligera.

El caso es que estaba casi seguro de la respuesta. El único problema estribaba en la maldita formulación de la pregunta, que debía ser precisa y concisa, que llevara la respuesta implícita en sí misma. Una pregunta que se despojara de todo sentimentalismo barato, que me dignificara ante mis propios ojos en el momento de ejecutar la determinación escogida. Esa maldita pregunta podía estropear todo, hacerme vivir por un espacio de tiempo indeterminado e indeseado.

Todo era tan jodidamente ridículo que empecé a sentir frío, un frío nervioso acentuado por la cerveza. Por hacer algo empecé a hojear el libro que esa tarde llevaba conmigo. Todas las páginas estaba escritas, llenas de pequeñas manchas negras que sin duda tenían un mensaje encerrado, profundo, destinado a mentes más claras y que no estuvieran tan preocupadas por una pregunta que imposibilita irse a descansar y que me mantenía con el culo pegado a una silla de plástico, con la mirada fija en el vacío, en el río. El libro era de Savater y comenzaba a dolerme la cabeza. Pero lo peor de todo era que comenzaba a sentirme frívolo, con ganas de continuar bebiendo hasta ese punto donde, quizás, mi esperada pregunta surgiera de un modo natural y concluyente. Una cerveza que incitaba a seguir bebiendo al otro lado del río, en mi pequeño espigón donde el día moría entre los reflejos del agua, mientras los automóviles seguían cruzando, en ambas direcciones, el puente 25 de abril.

Y crucé el Tajo con una cerveza enlatada, sintiéndome por unos instantes todo un intrépido navegante surcando los más peligrosos mares, acodado en un hierro oxidado y recibiendo de lleno en el rostro los espumarajos del río. Lástima que se llegara tan pronto a casilhas, a mi rincón particular de luces y sombras, y que mi singladura naútica solo fuera un mero aperitivo de la inmensidad del océano.

Sabía muy bien ya que mi pregunta quedaría aplazada un nuevo día. No escuchaba preguntas cuando surgía esa música salida del ambiente, de ese entorno donde nunca lograba pasar desapercibido. En esos momentos todo se detenía y sólo podía entregarme a seguir a ese ritmo oculto que iba guiando mis pasos hasta ese punto donde contemplaba, en un silencio interior, lo fácil que le resulta al sol ocultarse a todo los ojos. Ese era el silencio que perseguía, lo malo que no era eterno, a veces podía tatarearlo. Me dije entre risas que, para un coleccionista de decepciones, la poesía sólo servía para manchar hojas en blanco.

25 abril 2007

En distintas direcciones

Balthus
En ciertas ocasiones, casualmente, uno se topa con una de esas frases que explican a las mil maravillas eso mismo que se quiere expresar, porque te está corroyendo por dentro vorazmente, y no encuentras las palabras precisas para definir esa angustia. Hoy precisamente me di de bruces, quién sabe si casualmente o no, con estas palabras de Bioy Casares, que resumen muy bien lo que ocupa mi mente hoy, por desgracia. "A veces me parece que miramos desde las ventanillas de dos trenes que están en una estación, muy cerca el uno del otro, pero que van a correr por diferentes vías. Sin esperanza."

23 abril 2007

Seísmo interior

Pensar es hablar conmigo a solas, soñar en silencio el vasto espacio de la nada, dejar que todos los miedos bailen la danza de la incertidumbre. También es perderme en el silencio, en el ruido del tráfico, para regresar y comprobar que estoy donde antes, sentado en la misma silla de toda la tarde. Es una tarde tan triste: la lluvia, Schumann, el vino..., vivo ahogado de ausencia. Veinticinco fragmentos encima de la mesa, anverso y reverso de unos besos robados al aire, de los secretos mensajes de las nubes que escapan hacía tus coordenadas. Un seísmo de amor recorre mi cuerpo, detonación y sacudidas de unos sentimientos que creía dormidos para siempre, después de tantas búsquedas inútiles, de jadeantes interjecciones de fracasos no fraguados. Y ahora sólo veo tu rostro querido, tu cielo interior, para afirmar la eternidad y la unidad absoluta a la que se llega por el amor.

19 abril 2007

Espero a que la noche se hunda, que caiga desde lo alto con toda su fuerza y cierre mis ojos cansados de esta luz. Sin ninguna huella que seguir que me conduzca hacia la salida del laberinto del tiempo, a un pasado testigo de este presente que trata de confundirse con un futuro incierto.

Una leve caricia en el aire, una nota subiendo en espiral, los sentidos que se retuercen entre la duda y la confusión. Me imagino, entonces, llegando hasta ti lentamente, recreándome en recorrer el camino que me lleva hasta tu voz, fiel compañera de las noches en que mi cuerpo se pelea con su ciega alma. Oscura ausencia donde recreo mi imagen reflejada en ti, en tus ojos oscuros, estrellas llenas de luz, un fuego sin llamas donde forjo todas mis ilusiones y todas mis esperanzas.

Y cuando llega el amanecer, te veo en él, tensa, firme, sonriendo hacia ese sol que acaba de nacer, acercando tus manos en una muda súplica llena de lejanía, de extensos mares por recorrer...

Entonces callo también y mi corazón sigue hablando frases que me acercan a ti. Escribo versos con tinta aterciopelada para leerlos frente a tu fotografía, mientras que la noche se hunde entre cenizas que vagan por las sombras de la habitación. Minutos para pensar con palabras escritas, destellos que surgen de la ausencia, de esa oscura lejanía que solo me permite desear sentir la magia de tu ser y besar tus labios de mujer, en esta hora de separación, en esta hora donde la noche se vuelve tú, presintiéndote entre mis brazos. Mi corazón late tinta aterciopelada, caricias no dadas.

16 abril 2007

Las siete de la tarde

Llegué caminando, sin darme cuenta, al bar de la estación de Cais do Sodré. No había nada de extraño en ello; bien mirado, era un recorrido tan habitual desde que estaba en Lisboa que no me sorprendió encontrarme allí, de repente, delante de una cerveza y mirando las barcazas cruzar de una orilla a otra del Tejo. Miré el reloj para comprobar que eran las siete de la tarde. -”El sol no falla”-, me dije con esa especie de diálogo con uno mismo que surge en la persona que no tiene nada que decirse. Y todo volvió a parecerme ridículo, sobre todo yo mismo y mis observaciones sobre el uso horario del sol y esos diálogos que surgían del más absurdo vacío interior. Sentí la necesidad de diluirme, en el más amplio sentido de la palabra. Diluirme, o mejor aún, desintegrarme para no contaminar el ambiente con mis pequeños residuos orgánicos. Sí, era mucho mejor la desintegración, la completa desaparición de cualquier nocivo resto de mi persona e incluso de mis pensamientos. Cuanto menos quedara de mí, mucho mejor. Sobraba hasta el recuerdo que de mi persona pudieran conservar todas esas personas que formaron parte de mi vida.

Mis ojos resbalaban sobre las imágenes que se formaban ante mi campo visual. Soy miope y en esos momentos llevaba puestas unas gafas de sol sin graduar, menos comprometedoras y que me obligaban a ignorar todo lo que sucedía más allá de esos ocho o nueve metros. Una distancia más que razonable cuando realmente no se desea ver nada, sólo las barcazas cruzando el río.

Sabía que al otro lado me esperaba el espigón de siempre, la misma terraza de “Ponto Final”. Un nuevo día, un anochecer más iría hasta allá para ver desaparecer el sol entre las anaranjadas aguas de ese río que me separaba de mí mismo.

09 abril 2007

Resulta difícil escribir sobre algo cuando tu corazón y tu mente está en otro sitio, muy lejos de las teclas que los dedos pulsan con rítmica velocidad, entre el sonido de una música que te sigue recordando la lejanía, esa lejanía que tanto asusta. Una lejanía de bosques, montañas, glaciares, lagos y volcanes en la última frontera del ser humano, de ese país que es la persona amada. He entrado en el laberinto del amor y quiero vivirlo a solas, junto a la persona que amo. Guardar todos mis pensamientos para ella, mis palabras, mis gestos, cada aliento del día.

Ha sido fabuloso compartir con todos vosotros estos momentos, pero ahora necesito un poco de intimidad. Nunca me ha gustado mezclar el presente con lo que escribo. Así, que este blog queda clausurado hasta... La verdad es que no lo sé. De todas maneras, gracias a todos.

Un beso y que todo os vaya bien.

03 abril 2007

Mi primer post

Alberto Giacometti
Esta fue la primera entrada del blog de Capitán Pescanova, allá por septiembre del año pasado. Me gustaría daros las gracias a todos por cada momento que he pasado en vuestra compañía. Gracias. Lunes 25 de septiembre de 2006 TE ESPERO FUERA
¿Escribir para dar luz a esa vida que a veces creemos vivir, sin sentir placer en ello? Vivimos, recordamos y olvidamos. Afortunadamente, claro. Aunque imagino que ciertas situaciones sería mejor no vivirlas y otras no olvidarlas. Tampoco estoy muy seguro de esto último. Espero que nadie me recuerde nunca quien fui y poder refugiarme en el olvido, en la satisfacción de no ser nada, ni nadie, sólo alguien cansado de haber vivido.