27 octubre 2006

Espeleología del amor

No elegí amar a Sonja al igual que no se elige nacer. Por eso ahora, en mi habitación mientras escucho viejas canciones y afuera llueve, pienso que no debí despertar tan pronto, que mejor hubiera sido seguir durmiendo, soñando con ella en esa mañana de niebla en la que los dos permanecíamos abrazados en la cama, contemplando el golpear de la lluvia contra los cristales. Sí, mejor no despertar y seguir disfrutando en sueños de lo que ya no puedo gozar en la realidad. Soñando es posible seguir abrazados, apretados el uno contra el otro, oler su cuerpo una vez más. En los sueños no existen las discusiones ni las desilusiones, al menos en éste que tuve esta mañana, y mi brazo puede rodear su cintura y puede entrar, una y otra vez, en la calidez de su cuerpo. La humedad de su sexo, que me introduce más y más adentro, hasta desaparecer por completo en su interior, para recorrer cada rincón de su cuerpo, en una espeleología del amor.

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